Cuando internet se convierte en una adicción.
Hacerse sus necesidades encima por no
perder de vista la pantalla del ordenador, bajar el rendimiento escolar
por estar más pendientes de la vida virtual que la real e incluso
sufrir un extraño Síndrome de Diógenes en el que la basura se sustituye
por aparatos de la tecnología más puntera. La imagen de una persona
consumiendo algún tipo de droga o jugando a las máquinas tragaperras es
quizá la más recurrente a la hora de pensar en alguien que tiene algún
tipo de adicción pero éstas, como tantas otras cosas, evolucionan y
surgen a raíz de elementos que antes no formaban parte de nuestro
escenario.
Los móviles, las redes sociales... Las nuevas tecnologías, en
definitiva, han dado pie a nuevos problemas que llegan a convertirse en
un adicción.
Se incluyen dentro de las adicciones sin sustancia, grupo al que
pertenecen el sexo, la ludopatía, las compras o la vigorexia. Su
diferencia radica en que no necesitan meter ningún tipo de sustancia en
su cuerpo pero cambian hábitos de comportamiento y llegan a desvirtuar
la realidad.
La asociación malagueña de jugadores de azar en rehabilitación
(Amalajer) trabaja este problema desde prácticamente los inicios de la
organización. A finales de los 80 ya existía el «Partyline»;
conversaciones a través del teléfono fijo con varias personas a la vez
que se transformaban en facturas impagables. El presidente de Amalajer,
Francisco Abad, fija en ese momento el inicio de la problemática
actual. Desde entonces, todo ha ido a más.
En estos momentos, trabajan con un grupo de casi 20 personas adultas
que van una vez en semana a terapia grupal para abordar sus adicciones
sin sustancias, entre ellas, las nuevas tecnologías. También acuden una
docena de menores de edad, o personas que no son lo suficientemente
maduras aún para estar con el grupo, para abordar todos los problemas
derivados por los aparatos electrónicos.
Según Abad, existen tres tipos de grupos. Uno de ellos son las personas
que se tratan algún tipo de adicción y, mientras trabajan en ella, sale
a flote ésta, pero de una forma secundaria. Un ejemplo de ello podría
ser el que es adicto al sexo y utiliza el teléfono o internet como
medio para satisfacer su primera necesidad.
El otro grupo es aquel que se dedica a acumular aparatos tecnológicos
sin ningún tipo de mesura. Personas jóvenes, o que están cerca de
terminar sus vida laboral con trabajos estables e incluso puestos de
responsabilidad que adquieren este tipo de productos por el simple
hecho de tenerlos. En muchos casos no llegan a desembalarlos de sus
cajas, simplemente están ahí.
Uno de los últimos casos de este tipo que llegó a Amalajer es el de un
varón que tenía su casa llena de estos artilugios y era imposible
adentrarse en ella. La tapa del inodoro era el único lugar de todo el
inmueble donde poder sentarse. Su familia recurrió a la asociación para
pedir ayuda.
Los menores, jóvenes o aquellos que viven siempre conectados es el otro
colectivo. No saber dónde está límite entre un uso normal y convertirse
en una adicción es un arma de doble filo a la que se enfrenta padres y
menores.
Pasar muchas horas conectado, aislarse o dejar de atender su vida para
estar más pendientes de lo que hay al otro lado de la pantalla es un
mal cada vez más generalizado, aunque todavía no atiende a niveles
alarmantes.
Aun así, ya existen casos de menores que han bajado su rendimiento
escolar y han llegado a pegar a sus padres por quitarle el teléfono
móvil, e incluso un joven al que le faltaban asignaturas para ser
médico ha dejado de lado sus estudios por su fijación con los
videojuegos e internet que ha derivado en problemas de obesidad, a raíz
de interminables horas sin moverse, y se ha hecho sus necesidades
encima. «Son los casos más extremos pero también existen», recalca Abad.
Otro de los casos más señalados que recuerda el presidente de Amalajer
es el de una madre que acudió a ellos hace diez años porque creía que
su hijo tenía un problema con los videojuegos y quería informase. No
asistió a ninguna terapia y ahora, cuando el joven tiene 33 años, ha
perdido su trabajo, se ha separado de su mujer y todo ello por que su
vida gira en torno a los videojuegos y todo lo que pertenece a los
ordenadores y las tabletas.
Estas personas tienen una sintomatología similar a cualquier otro tipo
de adicción la diferencia está en el objetivo de la terapia. Si bien el
que juega o consume drogas tiene que dejar por completo estos hábitos
para que se considere rehabilitado, el paciente de las nuevas
tecnologías debe aprender a hacer un buen uso de ellas.
«Si va a ir a una entrevista de trabajo, una cosa tan básica como no
tener móvil ya dificulta la relación. O no usar un ordenador para ser
administrativo...Es complicado», puntualiza el presidente.
La terapia es dura y tiene un proceso inicial de desconexión total de
este mundo. Muchos no la finalizan y abandonan antes de tiempo. Abad
calcula por la experiencia ya acumulada que el paciente requiere dos
años para saber controlar estos golosos productos y no recaer en la
adicción.
La cocaína, la causa por
la que más pacientes ingresaron en 2013
Entre los cuatro centros dependientes de la Diputación provincial que
forman parte de la red pública de tratamiento de adicciones tiene un
total de 3.800 pacientes, y durante el último ejercicio ingresaron un
total de 1.124 nuevos pacientes. Entre ellos las adicciones más
demandas a la hora de ingresar fueron por cocaína, que representan el
34 por ciento del total, el cannabis, el alcohol y la herococaína.
Los equipos terapéuticos trabajan además con personas adictas a
adicciones sin sustancias, un cajón en el que se engloban las nuevas
tecnologías, el sexo, la ludopatía o vigorexia y por el que ingresaron
el año pasado 50 personas.
El perfil de este tipo de paciente ronda los 37 años. Los más mayores
acuden sobre todo por adicción a las compras, mientras que los de menos
edad a causa de los videojuegos, tal y como señala el director del
Centro Provincial de Drogodependencias y otras adicciones, Juan Jesús
Ruiz. Un 46 por ciento trabaja y un ocho por ciento estudia, aunque el
40 por ciento tiene el título de la ESO, el 20 por ciento Bachillerato
y el diez por ciento tenían estudios superiores.