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Crece el número de malagueños que acuden a centros de ayuda por una adicción que ya no pueden esconder por las dificultades económicas

Acudir a un centro comercial o a una gran superficie se convierte en el mejor momento de su día. Habitualmente, prefiere ir solo para actuar con total impunidad. De repente, ve el objeto de deseo. Puede ser una prenda de ropa, una joya, un artículo de cerámica, lo último en tecnología o un artilugio para la casa. Da igual si lo necesita, si ya tiene otro o si no puede permitírselo económicamente. Tampoco importa lo que le dirá la familia después. Solo sabe una cosa: Debe ser suyo. Saca la cartera o el monedero y se dispone a pagar. De repente, todos los problemas desaparecen. Se siente pleno, feliz. Sonríe a la cajera y pasa la tarjeta mientras ve con deleite cómo meten el artículo en una bolsa. La sensación es similar a la de una borrachera o al subidón por alguna droga. Es un comprador compulsivo

Es una adicción como otra cualquiera. La crisis económica está destapando cada vez más casos debido a la falta de liquidez de las familias. Así lo explican desde la asociación de tratamientos de adicciones Amalajer. Antes, este problema pasaba más inadvertido porque los hogares tenían más holgura económica y el enfermo tenía más margen para esconder a la familia su secreto, según explica Francisco Abad, presidente de la asociación. Ahora, cuando el desempleo o los recortes de salario hacen mirar con lupa todos los gastos, estos comportamientos salen a la luz.

«Viene mucha más gente para consultarnos sobre las compras compulsivas porque sospechan que algún familiar o que ellos mismos pueden tener un problema serio», indica Abad. Aunque todavía son pocos los que realizan el tratamiento. De las 258 personas que están en los grupos de la asociación por diferentes adicciones, apenas el 5% acuden a los grupos de compradores compulsivos, aproximadamente el mismo porcentaje en el que se calcula que afecta esta adicción a la población general. Pese a lo que se pueda pensar, se da el mismo número de hombres que de mujeres. Pero Abad asegura que esta enfermedad afecta a más personas de las que pensamos.

Es más, según indica, ante las dificultades económicas, un comprador compulsivo puede reaccionar gastando más porque estas personas calman la ansiedad, miedos y frustraciones precisamente adquiriendo más. Una respuesta que puede ser peligrosa, porque ante la falta de dinero en las cuentas pueden verse empujados a créditos rápidos o a tirar de la tarjeta. De hecho, según confirma Abad, cuando la mayoría de los afectados llegan al tratamiento lo hacen precisamente porque están con el agua al cuello y la situación se ha convertido en un verdadero drama familiar.

Difícil de detectar

Para Lola García, de la asociación de consumidores Facua, la compra compulsiva es un «desequilibrio que padecen aquellas personas que buscan satisfacer alguna carencia emocional -falta de seguridad o de autoestima- a través de la adquisición de bienes» y que afecta a miles de personas. «La dificultad que tiene esta enfermedad es que muchas veces es indetectable porque vivimos en una sociedad en la que el hecho de comprar mucho, sin tener en cuenta la necesidad real de lo que se compra, se identifica con un estatus superior», dice García.

Aunque hay una serie de pautas que pueden servir para dar la voz de alarma. El hecho de que gasten excesivamente, compren sin planificar lo que necesitan e incluso lleguen a adquirir una y otra vez la misma cosa pueden ser señales a tener en cuenta. «Tras la fugaz sensación de felicidad, caen en la insatisfacción posterior y el arrepentimiento que les lleva a esconder las compras, a veces, sin ni siquiera haberlas desembalado», señala Lola García.

Según detalla Abad, el tratamiento en Amalajer pasa por asistir a terapia tres veces en semana durante los primeros meses, además de recibir apoyo psicológico individual. Además, es importante que la familia participe en las terapias abiertas y que asista a los grupos específicos para los parientes, porque en ocasiones supone un gran trauma en sus vidas darse cuenta de que su pareja, padre o hijo les ha estado engañando durante tanto tiempo. «La mayoría de los usuarios que comienzan el tratamiento con nosotros vienen empujados por la pareja, pero a medida que pasan las semanas terminan aceptando que son personas enfermas», asegura Abad.

Durante el tratamiento, que dura aproximadamente dos años -aunque depende de cada caso-, se recomienda que el afectado deje de salir a la calle con dinero y se le quitan todas las tarjetas de crédito. En Amalajer asesoran a las familias en el caso de que tengan que reestructurar sus deudas, fruto del desequilibrio económico que puede haber ocasionado el enfermo, y además se prohíbe al paciente entrar en centros comerciales y grandes almacenes y ni siquiera pueden ir al supermercado.