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Mario suma dos años sin apostar y relata sobre su proceso de recuperación: 'El ludópata que más tiempo lleva en recuperación es de nueve años… en alcohólicos hay personas con 50 años de no tomar'

Es como si consumieras una droga, pero sin ingerir nada. El mecanismo de la ludopatía en el cerebro es similar al que ocurre con otros estupefacientes… incluso con mayor fuerza. Se segregan sustancias en el cuerpo, como pasa cuando se consume alguna droga sintética. Hay una fuerte excitación y las sustancias participan en el circuito de la recompensa, como la serotonina, la noradrenalina y la dopamina.

Estas tres sustancias interactúan en el cerebro y permiten comprender las adicciones y comportamiento de la falta de control del impulso; en trastornos depresivos o psicóticos, estas sustancias están en una cantidad diferente a lo habitual. La dopamina está muy elevada cuando la gente está psicópata, cuando hay locura y hay enamoramiento”, explica el psiquiatra Sergio Villaseñor Bayardo.

Por eso la ludopatía es considerada una enfermedad mental, pero también una adicción, y salir de ésta no es tan fácil como dejar de ir a un casino por decisión propia.

“La adicción al juego puede llevarte a tres lugares: a un hospital psiquiátrico, a la cárcel o a la muerte”. La gente puede decirte que ya no vayas, pero no es así de sencillo. Es una enfermedad, pero al mismo tiempo una adicción, una adicción con menos índice de recuperación que el alcoholismo, comenta Mario, de 31 años, quien el 12 de abril del 2016 cumple dos años sin jugar y actualmente es miembro de un grupo de Jugadores Anónimos de México, en Guadalajara.

Esa fecha está tatuada en su pie y sigue luchando contra la adicción al juego. Está consciente de que no se puede hablar de curación sino de mantenimiento, pues es latente la posibilidad de recaer.

“El ludópata que más tiempo lleva en recuperación es de nueve años… en hay personas con 50 años de no tomar”.

Un día a la vez y sólo por hoy. Es el lema de una persona que desde los 17 años empezó con un juego en internet para apostar dinero en sitios deportivos, que creía inofensivo.

Ahí comenzó todo. Su adicción fue tomando fuerza, fue progresiva y sin freno. Pasaron 12 años para que la olla de presión explotara. Para entonces, Mario no se percataba que tenía un problema, hasta que una cuenta de miles de pesos lo hizo recapacitar y decir: “No puedo. ¡Necesito ayuda!”.

Sus padres fueron los primeros que se enteraron y, además de pagar la deuda de su hijo, lo enviaron a una clínica de rehabilitación en Mazatlán, Sinaloa. Mario era el único con adicción al juego en ese lugar; todos sus compañeros tenían problemas con el alcohol o las drogas.

Regresó a Guadalajara después de 45 días, pero su relación familiar ya no era la misma.

“Me recibieron como si me hubiera ido a estudiar a Harvard, y eso también crea un celo entre todos los hermanos, así como de: ‘Cómo le festejan a éste lo que hizo’”. A los nueve meses recayó.

“Yo creo que el error de mi papá fue que, aunque gracias a Dios tuvo la oportunidad de sacarme de mis problemas económicos, yo eso lo debí hacerlo solo poco a poco, porque salí de la rehabilitación, duré nueve meses sin jugar y recaí con una fuerte cantidad de deuda y, ahí sí, mis papás se informaron un poco más de lo que era esto… fue cuando me dijeron: ‘Estás solo, compadre’”.

Mario decidió irse a Chihuahua para ingresar solo en otra clínica de rehabilitación, más pequeña que la de Mazatlán, pero tuvo mejores resultados. Allí fueron 30 días, y después fue a otro reforzamiento.

Después ingresó a Jugadores Anónimos de México, en donde tuvo un tratamiento de 90 días, pero sin estar internado, únicamente con juntas ininterrumpidas que permiten la recuperación.

Hasta la fecha desconoce cuál fue el detonante de su adicción, pero su vida continúa de mejor manera apoyando a la gente en su misma situación y que acude al grupo en busca de ayuda.

AUMENTAN INTERNOS

La adicción al juego puede ser considerada un problema de salud pública, pero no está siendo lo suficientemente diagnosticado, por lo que tampoco es visibilizado como algo negativo.

Si bien la ludopatía ni siquiera se acerca al porcentaje de la población que consume alcohol o drogas, el juego compulsivo va en crecimiento y debe atenderse, advierte el coordinador regional de la Zona Centro-Occidente y Bajío de los Centros de Integración Juvenil (CIJ), Enrique de Jesús Aceves Arce.

En lo que va del año, la unidad de hospitalización del Centro de Internamiento para el Tratamiento de Adicciones del CIJ ha recibido cuatro casos de ludopatía: tres mujeres y un hombre. Esta cifra es inédita, pues anteriormente no llegaban este tipo de pacientes, o llegaba uno entre cientos de personas con otras adicciones, como las drogas sintéticas.

En el caso de las mujeres, todas son casi de la tercera edad, mientras que el hombre es un joven de 30 años.

“Algo que nos hace mucha falta es darle a la población a conocer que sí es un problema, no es que la señora se vaya a distraer mientras juega al casino, es hacer conciencia de que tenemos que estar atentos a la generación de un problema, cuando la persona empieza a manifestar una conducta muy repetitiva, al estar yendo al casino; y no es solamente con las señoras, sino con los jóvenes también”.

Las tres mujeres internadas son de clase media baja a baja; dos también adquirieron la adicción al alcohol, a la par de la ludopatía. Una tenía la problemática del “pensamiento mágico”, que la hacía creer que, si pedía una bebida en específico, le traería suerte en el juego, o que si la atendía algún mesero en particular, le iría mejor.

Las tres llegaron con su familia al centro de internamiento, después de afrontar la realidad de que ya no tenían control en su manera de jugar.

El común denominador es que presentan una situación vulnerable, de abandono. Algunas viudas o divorciadas empezaron a refugiarse en el juego para sentir placer y no deprimirse.

Una de las internas trabajaba en una maquiladora y ganaba el salario mínimo. Organizaba tandas con sus compañeras para asegurar que en ciertas fechas contaría con dinero para pagar deudas del juego o simplemente para jugar.

En el caso del joven, su estatus económico es alto, tiene una profesión, pero robaba dinero a sus abuelos para ir a jugar. “Era un placer por jugar y perder dinero, su interés no estaba en cuánto iba a ganar sino en cuánto perdía”, comenta Aceves Arce.

En algunos de los casos sí se tuvo la necesidad de administrar medicamento, por el síndrome de abstinencia que presentaban.

La estancia de los cuatro fue de tres meses y recibieron terapia individual y familiar.

CRÓNICA

Sigue apostando... sigue perdiendo

En la calle todo transcurre normal. Es un lunes cualquiera, con el sentimiento de pereza que da el empezar una semana. Con el tráfico tranquilo característico de las 09:00 horas, cuando la gente ya llevó a sus hijos a la escuela, muchas personas ya entraron a trabajar; otras van al mercado y algunas más todavía duermen o desayunan en su casa.

Mientras, en un casino en la metrópoli, se vive un mundo paralelo. Allí no se duerme. El lugar abre las 24 horas del día y, al entrar, se pierde la noción del tiempo, pues el aire acondicionado es alto y siempre hace frío, el techo es azul claro que asemeja luz de día, y el sonido “mágico” de las máquinas de apostar es permanente.

El estacionamiento está lleno. Adentro, en la fila del casino hay cinco personas que compran crédito para jugar. Otras cinco más esperan su turno y unas 40 más ya están en pleno juego, tanto en el área general como en la exclusiva para fumadores.

Una mujer saca su tarjeta bancaria y compra 200 pesos para jugar. Voltea y comenta: “Lo padre es mañana, cuando te dan más créditos en la compra de otro tanto”.

Los 200 pesos, que un albañil gana por tres días de trabajo bajo el Sol (tomando en cuenta el salario mínimo), se esfumaron en menos de una hora. Poco le valió a la señora su “experiencia” en las máquinas de figuritas temáticas. Su dinero se fue.

En la misma línea de máquinas hay otra señora, de cerca de 80 años, y un caballero de más de 70. Alrededor, lo mismo: señores de la tercera edad y algunas personas de entre 30 y 50 años. Sólo resalta un joven de no más de 25 años que, solo, juega a la ruleta y apuesta por el color rojo.

Nadie se voltea a ver entre sí, la mirada está fija en la máquina y su movimiento es mecánico, la mano derecha en el botón de “jugar” mientras duren los créditos; cuando se acaban, no hay problema, los amables supervisores pueden inyectar más crédito a su tarjeta. Faltaba más.

En otra hilera, solitaria, una señora rubia y bien arreglada de pies a cabeza no se inmuta aun cuando la pantalla de la máquina le recuerda que tiene mil pesos ganados. Eso significa que, si quisiera, podría ir a la caja y cambiarlo por efectivo. Pero no lo hace, y como agua entre los dedos, los mil pesos se van desvaneciendo, pero su gesto sigue igual. Da un sorbo a su café y sigue jugando... sigue apostando... sigue perdiendo.

La mañana transcurre en el casino, la gente se queda por horas y son más las personas que entran que las que salen.

La señora de los 200 pesos señala que así se pasan más rápidas sus mañanas, mientras le dice hola y adiós al azar.

Thamara Villaseñor Briseño

SABER MÁS

Adicciones, ansiedad y depresión…


Casi como regla, la persona con adicción al juego acude a recibir atención cuando presenta un episodio de ansiedad, de depresión, o porque tiene una fuerte dependencia a sustancias. Es hasta que la persona se entrevista con el psicólogo o psiquiatra cuando se descubre el juego compulsivo, pero desde el inicio no fue el motivo de consulta. El jefe del servicio de Psiquiatría del Antiguo Hospital Civil “Fray Antonio Alcalde”, Sergio Villaseñor Bayardo, comenta que el riesgo para presentar una falta de control de impulso al juego inicia en la adolescencia, en el caso de los hombres, y entre los 20 y 40 años, en el caso de las mujeres.

Focos de alerta

La Asociación Americana de Psiquiatría define la ludopatía como un comportamiento con cinco o más de los siguientes síntomas:

  • Cometer delitos para conseguir dinero para jugar.
  • Sentirse inquieto o irritable al tratar de jugar menos o al dejar de jugar, como si fuera una supresión.
  • Jugar para escapar a los problemas o sentimientos de tristeza o ansiedad.
  • Apostar mayores cantidades de dinero para intentar recuperar las pérdidas previas.
  • Perder el trabajo o alguna relación importante.
  • Mentir sobre la cantidad de tiempo o dinero que gastan en el juego.
  • Hacer muchos intentos infructuosos por dejar de jugar.
  • Pedir dinero prestado.
  • Necesidad de apostar cantidades más grandes de dinero para sentir excitación.
  • Pasar mucho tiempo pensando en el juego o cómo conseguir más dinero.